Nos recibió la tarde con un soplo de aire y sol y paz de siesta.
Vencido el calor de la llegada nos acercamos a probar sonido, todo estaba dispuesto. Coloqué los libros y las lonas y cantamos distintos temas afinando la voz y la guitarra.
El local de adobe y ladrillo visto nos dejaba adivinar la calidez del barro, la arena y la paja en el adobe y el detalle moderno del ladrillo y la pintura azul de las paredes.
Fue generoso el recibimiento, me ofrecieron su casa, su amistad y su inseparable compañía.
A las 22:30 el local se fue llenando de gente, un silencio recorrió la sala y sentí el respeto y el aplauso como un abrazo, y canté mis canciones como una confesión, con una desmedida entrega de sinceridad.
Terminado el concierto la noche nos regaló un infinito cielo en un ir y venir de fugaces estrellas.