Pellejito y los gorriones
Era un verano caluroso, tanto que aconsejaban salir a la calle al atardecer, cuando se metía el sol, las personas tenían que beber mucha agua, sobre todo las personas mayores y las más pequeñas. A los animales los tenían que vigilar a menudo para darles comida y agua, y a las plantas y a los árboles, al amanecer y al anochecer las daban de beber para que no se marchitaran, regándolos. La tierra, seca, mantenía el calor del día anterior y al recibir el agua la absorbía en un segundo. El calor provocaba que el agua se fuera evaporando de los embalses, la sequía era cada vez más angustiosa, nadie esperaba que lloviera en los próximos meses, quizás alguna tormenta ayudara a combatir el sofocante calor de ese verano.
Se cerraron fuentes para controlar el consumo de agua.
Los gorriones acostumbrados a beber el agua de los riegos en los jardines y de las fuentes, se caían de los árboles sin fuerzas para mantenerse en ellos por culpa de la escasez del agua, y de la sed, que les provocaba deshidratación.
Los gurriatos eran los gorriones más jóvenes y más delicados. Una mañana en el jardín de casa encontré un gurriato que apenas se mantenía en pie.
Para que no se prendiera en sus plumas mi propio olor, (cuentan que si sus familiares no le reconocen porque su olor es diferente, le rechazan) restregué las palmas de mis manos en la tierra seca del jardín y le cogí acunándole en ellas, y le subí a casa.
Al entrar “Pellejito” (que es mi gato, al que llamo así porque no tiene pelo) saltaba para verle, llevé al gorrión a la cocina y en el fregadero le deposité abriendo el grifo del agua fría, un hilo de agua despertó al gurriato, Pellejito saltó al fregadero y le observaba curioso y quieto en posición de caza, ¡Quieto Pellejito! Le dije con autoridad, y en esa posición se mantuvo quieto largo tiempo.
De mis dedos dejaba caer las gotas de agua llevándolas hasta su pico entreabierto, poco a poco el gorrioncillo se fue despejando y yo mostraba mi alegría y le decía a mi gato, ¡Ves Pellejito! ¡Vive! ¡Vive! Le llevé al estudio y Pellejito me seguía saltando y dando vueltas a mi alrededor.
El estudio tiene orientación norte y no da el sol en todo el día, quizás un poco de madrugada, la ventana de doble cristalera nos deja entre ambas un hueco preciso para poner un cuenco con agua.
Vivimos en un segundo piso y las ventanas del estudio dan al jardín donde sospechaba que estaba su nido. Un piar continuo me indicaba que sus padres llamaban al gurriato.
Dejé cerradas las hojas de las ventanas por dentro para que Pellejito que mantenía su posición amenazadora, no pudiese hacer nada al gurriato, y por fuera para que el gorrioncillo no se cayera de nuevo. Subí la persiana del todo y una luz intensa envolvió el estudio. Sobre el alféizar coloqué migas de pan y de galletas y semillas de pipas de calabaza desmenuzadas. Dejamos al gorrión solo y nos alejamos al pasillo, tuve que coger a Pellejito en brazos porque no se quería separar del gorrión al que no perdía de vista.
Tardaron en aparecer los padres, pensé que no vendrían, pero un gorrión altivo con una mancha negra en el pecho y otro con una banda clara debajo de los ojos se posaron en el alféizar y piaban picoteando los cristales, el gurriato les llamaba, eran sus padres. Me acerqué y los padres se alejaron volando.
Abrí las hojas de las ventanas no sin antes haber dejado encerrado a Pellejito en el pasillo, el gorrioncillo ni se movía, dejé una de las hojas de fuera entreabierta lo justo para que entrara un poco de aire.
De nuevo me alejé, desde el pasillo con pellejito en mis hombros observábamos impacientes al gurriato.
Pellejito siempre que tiene oportunidad se sube a mis hombros y se queda en ellos como si fuera un loro, y así se quedó atento a la ventana.

Volvieron los gorriones al ver que no estábamos cerca y una conmovedora escena pude observar con alegría contenida. La madre y el padre traían en sus picos comida para darle, el pajarillo abría el pico mientras movía sus pequeñas alas con impaciencia, los padres comían el pan y las galletas y las pipas de calabaza que habíamos colocado en el poyete de la ventana, y bebían agua del cuenco.
Su mamá iba y venía en cortos vuelos de la ventana al árbol más cercano, mientras el padre seguía alimentando al gorrioncillo, me acerqué a la ventana y los padres se fueron presurosos, abrí un poco más la hoja exterior y me marché al pasillo con pellejito en los hombros, el gurriato piaba con insistencia y los padres le contestaban al momento. Acudieron a su llamada y le señalaban el camino a casa volando incansables de la ventana al Álamo blanco del jardín, de pronto el gurriato se acercó con sigilo al poyete y voló detrás de su mamá, y se posó no sin apuros en la rama más cercana.
¡Bien! ‘Bien! ¡Bien! Lo hemos conseguido Pellejito, y nos fuimos bailando por toda la casa ¡Bien! Jajajaja.
Pensé que no volveríamos a ver al gorrioncillo y una leve tristeza me invadió, pero era más fuerte la alegría de saber que estaba en su hábitat con su familia.
Todas las mañanas llevaba el cuenco con agua y las migas y las galletas y las pipas al poyete de la ventana del estudio.
Pasaron unos días y el gurriato no regresaba a la ventana, y una tarde apareció, y picoteando la comida, se quedó un buen rato con nosotros, Pellejito de un salto se subió a la mesa, y flexionando sus patas traseras alargó el cuello y miró fijamente al gorrioncillo, ¡Quieto! ¡Quieto! ¡Es nuestro amigo! Le dije. Acudieron también sus padres y los tres comían y bebían tan tranquilos cuando una enorme paloma se posó en el poyete queriendo picotear al gorrioncillo, sus padres se pusieron en medio y defendieron con fiereza al gurriato, los tres gorriones se marcharon volando al Álamo blanco, pero Pellejito enfadado saltó a los cristales y asustó a la paloma y la paloma se fue y al poco volvieron los gorriones y Pellejito, quieto les miraba curioso mientras comían.

Cuando la paloma volvía a la ventana Pellejito saltaba a los cristales y se ponía de pie para asustarla.
Una tarde abrí las contraventanas, hacía un calor insoportable, las crucé de modo que entreabiertas no pudiera Pellejito asomarse a la calle, ya que temía que se cayera, en ese instante llegó el gorrioncillo y se coló volando en el estudio y se posó encima de las teclas del piano, Pellejito estaba sentado en mis hombros y de un salto le persiguió por el teclado creando una música inaudible, el pajarito voló a un estante de libros que rozaba el techo, del estante a la ventana y de la ventana al Álamo blanco, Pellejito desde los cristales le seguía con la mirada.
¡Quieto Pellejito! Es nuestro amigo.
Dejé las ventanas como estaban y al día siguiente el gorrioncillo entró de nuevo en el estudio y descansó de nuevo en el teclado del piano, pellejito saltó a su lado, se recostó todo él y escondió sus manos en su pecho, los dos se miraban fijamente, el gorrioncillo elevó el vuelo y se posó en la espalda de Pellejito y así se quedaron largo rato, yo me contenía la risa para no estropear la escena.
Me fijé en el gorrioncillo y vi que una nube blanca se extendía debajo de sus ojos, su plumaje era claro y supe al instante que era una hembra muy elegante, de pronto voló a la ventana y de la ventana al Álamo blanco, Pellejito giró la cabeza para despedirla y dejó fija su mirada en los cristales, se quedó pensativo como piensan los gatos.
¡Ya sé Pellejito! Cómo llamarla, la vamos a llamar “Nita”, Pellejito me miró y un miau afirmativo sonó con melodía al tiempo que se levantaba pisando las teclas del piano.
Todas las tardes como un reloj a la misma hora Pellejito se asomaba a la ventana y esperaba a “Nita” con paciencia de gato, “Nita” volvía cada tarde a subirse a lomos de Pellejito.
Pero una tarde de septiembre Nita no acudió a su cita con Pellejito, el otoño llegó y los días de luz eran cada vez más cortos, llegó el invierno, el frío y la lluvia cubrieron el cielo de gris.
En febrero desde la ventana del estudio vi a los jardineros podar el Álamo blanco, se acercaron a la rama desde donde los gorriones volaban a la ventana del estudio, ¡No! ¡Quietos! ¡Esa rama no! ¡Por favor! ¡Esa rama no! ¡En esa rama descansan los gorriones que vienen a comer a mi ventana! Los jardineros me hicieron caso, se miraron entre si y sonriendo dejaron la rama sin podar.
En marzo los días son más largos, el tiempo llama a la primavera y el Álamo blanco cubría sus desnudos troncos de nuevas hojas verdes.
Apenas llovía, y volví a colocar el cuenco con agua, las migas de pan y de galleta, y las pipas desmenuzadas. Pellejito me seguía y se quedaba en la mesa del estudio mirando a la ventana.
Volví a colocar las hojas cruzadas, y sin perder las esperanzas miraba al árbol mientras escribía un cuento de” Antoñito el orejas”
Una tarde de abril, casi vencido el mes, apareció en el poyete de la ventana una mamá gorrión con dos gurriatos a comer en el poyete, la nube blanca debajo de sus ojos era inconfundible, ¡Es “Nita”, Grité! Pellejito los miraba curioso, le cogí en brazos ¡Pellejito! ¡Han venido! ¡Han venido! Le dije dando saltos de alegría, Nita no se asustó y siguió comiendo junto a sus gurriatos.
Abrí las hojas de las ventanas de par en par, Pellejito, se recostó en la mesa y escondió sus manos en su pecho y “Nita” voló a su costado y los gorrioncillos la siguieron y se posaron en los hombros de Pellejito, y Pellejito quieto, me miraba, y quise pensar que sonreía como sonríen los gatos.
Pertenece este relato-cuento al libro «Antoñito el orejas» publicado por «Lastura Ediciones»
